La leche puede ser buena y la nodriza mala


Ya en el siglo XVI Fray Luis de León recordaba que, con la leche, el niño recibía las cualidades y los vicios de la mujer que lo criaba:



"El cuerpo ternecico de un niño, y que salió como comenzado del vientre, la
teta le acaba de hacer y formar".


La elección de la nodriza era, por tanto, un asunto fundamental.
No todas las amas de cría tenían la misma estimación. Si en Francia eran las borgoñonas las que disfrutaban de mayor consideración, en España, las montañesas, gallegas, vascas, asturianas y, sobre todo, pasiegas, constituyeron una especie de aristocracia dentro del colectivo de las nodrizas. Así lo constataba Bretón de los Herreros:


"Las montañesas robustas
y las pasiegas iguales
son fuertes y vigorosas,
sencillas y naturales (...)
En Madrid las quieren
para amas de cría,
por lo saludables,
doradas y limpias."


Las condiciones que debía reunir una buena nodriza apenas cambiaron con el paso del tiempo: se debía tener en cuenta la edad, el tiempo transcurrido desde que había dado a luz, su estado físico, la naturaleza de su leche, su carácter y sus costumbres.





La edad de las nodrizas debía oscilar entre los 20 y los 30 años. En cuanto a su estado civil, los padres dudaban entre la moralidad y la conveniencia: las madres solteras no mantendrían relaciones sexuales con un marido inexistente, evitando así el riesgo de quedar embarazada, y al no tener familia que mantener sus exigencias económicas serían menores.




Para comprobar que la aspirante a nodriza gozaba de buena salud, debía efectuarse un primer análisis, en el que, además de comprobar el desarrollo de los músculos y el color de la piel, se estudiaba el estado de la boca y de los dientes, procurando que su aliento no fuera fétido, los dientes estuvieran completos y fueran blancos como el marfil, y las encías rojas y firmes.





La sífilis se había convertido en el siglo XIX en una auténtica obsesión. Para asegurarse de que la nodriza no la padecía, el médico efectuaba un análisis completo y a fondo de su cuerpo, desde la cabeza a las partes más íntimas, sin que valieran escrúpulos o resistencias. 
Para mayor seguridad, pues los síntomas locales podían haber desaparecido, pero no la infección, los médicos aconsejaban rastrear los antecedentes familiares, por si alguno de ellos hubiera padecido enfermedad hereditaria, que con la leche podía pasar al bebé.






Pero, por encima de cualquier otra consideración, la nodriza debía disponer de la cantidad de leche necesaria. Uno de los procedimientos consistía en presionar suavemente los pezones, ya que, al hacerlo, la leche "deberá brotar por cinco, seis, ocho orificios, hasta la distancia de metro a metro y medio."
Pero tan importante como la cantidad de la leche era la calidad. Un buen sistema era poner algunas gotas de leche en una cuchara o en la punta de los dedos; debía caer lentamente ya que, si se deslizaba de manera rápida, era señal de que la leche carecía de consistencia.





Pero el aspecto físico era tan solo una parte del problema; tan importante como el cuerpo era el carácter, pues se creía que los vicios y virtudes de las nodrizas se transmitían a las criaturas que alimentaban. La historia estaba llena de ejemplos que demostraban que los niños recibían las inclinaciones del ser cuya leche habían mamado: "De otro también hace poco tiempo se cuenta que, habiendo sido alimentado en la leche de una perra, de tal manera llegó su cerebro a secarse, que salía de noche dando miserables quejidos por las calles y plazas, pareciendo un perro que ladraba."





La nodriza, finalmente, debía tener sanas costumbres y una sólida moral, ser prudente y honrada, piadosa, alegre y cariñosa, tener un carácter paciente y equilibrado, pues las emociones demasiado fuertes alteraban la leche.




Como vemos, la elección de una nodriza era un asunto muy complejo, que requería un examen concienzudo y completo. Tan solo algunas familias acomodadas se podían permitir el lujo de recurrir a un médico para que diera su opinión. La mayoría, sin embargo, se dejaba llevar por consideraciones económicas e incluso estéticas; prescindían de cualquier requisito físico y moral y contrataban a la nodriza que cobrara menos por sus servicios o la que presentara un aspecto más agradable.

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