Quinto jinete del Apocalipsis



     A mediados del siglo XIX los médicos franceses sacudieron a la opinión pública con una afirmación escalofriante: "Entregar los niños a una nodriza es casi enviarlos a la muerte." Los datos así parecían indicarlo: en algunos departamentos próximos a París, la mortalidad de los niños criados por nodrizas sobrepasaba el 75%.





La crítica se dirigía fundamentalmente contra las nodrizas de campo, es decir, las que criaban en sus aldeas: "Sabedlo bien, madres de familia, la mayoría de los niños que entregáis a una nodriza son niños que enviáis a la muerte; la mayor parte son niños sacrificados que no volveréis a ver."






La falta de higiene caracterizaba a la mayoría de las ciudades europeas. Debido a la acumulación de un número excesivo de personas en espacios reducidos, las emanaciones de basuras y letrinas, el humo de los combustibles o las exhalaciones procedentes de cadáveres enterrados en iglesias o cementerios, el aire de las ciudades era irrespirable. 





No era, pues, de extrañar que la crianza de los niños en semejantes condiciones provocara "la constitución raquítica de estos pequeños seres pálidos y débiles, de esas encantadoras figuras de cera que pueblan nuestros paseos públicos." 
Por esta razón, los médicos aconsejaban a las madres que recurrían a una nodriza que enviaran a sus hijos al campo, al aire libre, donde adquirirían el vigor y la salud que nunca podrían lograr respirando el aire malsano de la ciudad:




"Querer, en ciudades muy populosas, y sobre todo en ciertos barrios donde el aire apenas circula, criar niños tan robustos y fuertes como los que son criados en libertad en los campos, es como criar peces en una pecera y querer que sean tan bonitos como los que viven en libertad entre aguas vivas y corrientes."


Sin embargo, el campo era una cosa y las personas que vivían en él otra muy diferente. La mayoría de las nodrizas rurales vivían casi en la miseria, por lo que solo podían ofrecer una leche escasa y mala. Como decía la protagonista de un cuento de Pardo Bazán, "no teniendo, con perdón, que meterse entre las muelas, el cuerpo no da de suyo gran cosa, ni para la crianza ni para el trabajo."





Pero el problema no era tanto su miseria sino su absoluta falta de higiene. Vivían en casas de reducidas dimensiones en las que se amontonaban personas y animales, favoreciéndose así la propagación de enfermedades contagiosas; las habitaciones carecían de ventilación, por lo que el niño respiraba una atmósfera viciada; suelos de tierra apisonada siempre húmedos; jergones de paja podridos por el sudor y los orines...





Tan nefasta como su miseria era su codicia. A diferencia de la madre, que siente un cariño natural hacia su hijo, la nodriza es una profesional, una mujer que cuida al niño por dinero. Los niños que se le confían no son sino simples instrumentos de trabajo.
Como alimentar un solo niño no era rentable, se encargaba de varios bebés al mismo tiempo, con lo que unos robaban la leche a los otros. Faltas de leche suficiente, los criaban con sopas y papillas; sin embargo, su estómago no podía digerir tales alimentos, por lo que el niño sufría diarreas, gastroenteritis, vómitos y no era raro que acabara muriendo.




Las nodrizas de acampo ignoraban las reglas más elementales de la higiene. En muchas estaba profundamente arraigada la idea de que el baño con agua era dañino para los bebés, por lo que se negaban a lavarlos: "Cuando se entra en casa de la nodriza, si no fuera por los movimientos, los gritos, los ojos brillantes del niño, uno estaría tentado de tomarle por un paquete de ropa sucia."

Una costumbre muy arraigada entre las nodrizas era la de "enfajar" a los niños, envolviéndolos en unas largas cintas que lo oprimían desde la cabeza a los pies, impidiendo que se moviera. De esta manera, el niño quedaba convertido en una especie de momia viviente, absolutamente inmovilizado durante muchas horas del día y de la noche.




La causa de tal proceder es que así se evitaba que el cuerpo del niño sufriera deformaciones: sus miembros, frágiles y sin consistencia, necesitaban una guía, un tutor para que se desarrollaran de forma regular.




El enfajado de los niños provocaba problemas de todo tipo: insuficiente desarrollo de los pulmones, músculos y vísceras, aparición de hernias, dificultades para andar, estiramiento antinatural de la columna vertebral...

Los accidentes eran muy frecuentes; en primer lugar, porque las nodrizas los dejaban durante una buena parte del día solos o a cargo de niños o personas mayores. 




En otras ocasiones, por la costumbre de acostarlos en la misma cama que los adultos, con el riesgo de ser aplastados por ellos durante la noche; por mordeduras de los animales con que convivían o por simples accidentes: "El niño había sido colocado en una silla baja, con la mantilla abierta, delante de la chimenea. Después de que la nodriza hubiera salido, la mantilla se incendió, lo que provocó terribles quemaduras, como resultado de las cuales el desgraciado bebé murió al cabo de unos instantes."

A modo de conclusión, podemos decir que las nodrizas eran consideradas en parte responsables de la despoblación que Francia estaba experimentado durante el siglo XIX. Con sus prácticas causaban una auténtica "hecatombe demográfica", practicaban una "masacre de inocentes". Cien mil víctimas todos los años. Y así desde hacía siglos. Ni las catástrofes naturales, ni las epidemias más contagiosas, ni las guerras más mortíferas provocaban estragos semejantes. Las nodrizas eran, realmente, el quinto jinete del Apocalipsis.

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