Me alimentaste con leche extraña


   Aunque el siglo XIX es la época dorada de las nodrizas, encontramos testimonios de su existencia desde los tiempos más remotos.

El primer código legislativo conocido, el código de Hammurabi, en torno a 1.750 años antes de Cristo, incluye sanciones para las nodrizas que incumplan sus obligaciones:



"Si uno dio su hijo a una nodriza, y el hijo murió porque la nodriza
amamantaba otro niño sin consentimiento del padre o de la madre,
será llevada a los jueces, condenada y se le cortarán los senos."



En Grecia era muy frecuente que las familias ricas utilizaran nodrizas para criar a sus hijos, de cuyo cuidado y educación también se encargaban. Cuando terminaban estas funciones, no abandonaban la casa sino que formaban parte de la familia; de ahí el importante papel que las nodrizas representan en las tragedias y comedias griegas, desempeñando la función de "consejeras, confidentes, mediadoras, embaucadoras y cómplices."





El romano Fedro (siglo I después de Cristo) recurrió a la fábula para criticar las costumbres de su época. Una de ellas, la fábula del perro y el cordero, demuestra que la lactancia mercenaria estaba muy extendida en la época.




Un perro indicó a un cordero que andaba entre las cabras que allí no encontraría a su madre, sino entre las ovejas. Este le respondió que no buscaba a su madre natural sino a la que lo había criado y alimentado: "No quiero a esa que concibe cuando se le antoja, luego lleva un peso desconocido durante un número concreto de meses, y finalmente deja caer su carga al suelo. Quiero a aquella que me alimenta, acercándome a su ubre, y hurta la leche a sus hijos para que a mí no me falte."


Saltemos al Renacimiento. Madama Capuleto recurrió a una nodriza para criar a su hija Julieta, la protagonista de la tragedia de Shakespeare. Cuando se dispone a anunciar a su hija la conveniencia de que contrajera matrimonio, la nodriza le recuerda que pronto cumplirá los catorce años, pues hacía tres que la había destetado; precisamente el mismo día en que la ciudad fue víctima de un terremoto.



"Nunca lo olvidaré (...)  Porque yo me había untado los pezones con ajenjo, y
me hallaba sentada al sol, bajo la pared del palomar (...) Pues, como
decía, cuando probó el ajenjo del pezón de mi pecho y lo encontró amargo,
era de ver su enojo y cómo se enfadó con él. A todo esto, comenzó a crujir el palomar."


En el siglo XIX las nodrizas se habían convertido en personajes  indispensables para muchas familias acomodadas y de clase media, pero también para los obreros. En el Congreso celebrado por la Primera Internacional en 1867, los trabajadores se quejaban de que, obligadas por la necesidad de reincorporarse a la fábrica lo antes posible, muchas obreras no podían encargarse de criar a sus propios hijos. Y se preguntaban: "¿Quién no conoce los hechos revelados por las últimas estadísticas médicas sobre el tema de la mortalidad y de las enfermedades de los niños puestos a disposición de nodrizas?"






Por esta razón, las nodrizas se convirtieron en el siglo XIX en un elemento más del paisaje urbano, poblando los parques y paseos públicos de todas las ciudades. Así describía Alphonse Daudet los Jardines del Luxemburgo en una obra publicada en 1888.



"No hay nada tan bonito como el paseo de chiquillos de pecho y de nodrizas en el Luxemburgo, 
durante estos primeros días de buen sol y los primeros estremecimientos de la naturaleza
al empezar la primavera. En los rinconcitos abrigados se dan cita las nodrizas, que se pasean
por grupos llenas de flotantes cintas, o se sientan en sillas, protegiendo al bebé con el amplio
parasol de forro color rosa o azul (...) Allá abajo, junto al estanque, la música militar
preludia un vals. La nodriza se agita, el niño chilla, y entretanto los soldados que pasean por
allí se ponen colorados como el pompón de su morrión ante aquel puñado de paisanas,
a las cuales encuentran cosiderablemente embellecidas."

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